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¿Quién contesta los mensajes en los chats de padres?

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11 de abril de 2025 22:21 h

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Hace unos días, en uno de esos chats de clase en los que nunca quise estar, alguien lanzó la temida pregunta: “¿Qué hay que llevar para la excursión de mañana?”. No habían pasado ni dos segundos cuando otra madre (siempre una madre) respondió con la lista completa, horarios incluidos. Luego llegaron los recordatorios sobre el almuerzo, la crema solar, el bizum para la coordinadora y el próximo cumpleaños infantil, que amerita la creación de un nuevo chat para no enturbiar el presente. Un chat de padres y madres es el reflejo digital de la carga mental de la crianza. Y en la mayoría de ellos, la dinámica es la misma: hay cuarenta miembros, pero solo hablan diez, y de esos diez, nueve son mujeres. 

Los chats escolares son un invento relativamente reciente, pero en su corta existencia ya han pasado de ser una herramienta útil a convertirse en una prueba de resistencia. Un espacio donde conviven la hiperorganización, el drama burocrático y las discusiones más bizarras: desde el dilema de los disfraces hasta el conteo de piojos y liendres —no entiendo la necesidad de escribir en un grupo cuántas liendres has sacado del pelo a tu criatura, ¿es que no te has dado cuenta de que, en edad escolar, los piojos están considerados animales de compañía?—. Pero más allá de la anécdota, estos grupos de WhatsApp o Telegram evidencian algo más profundo: la persistencia de la desigualdad en la crianza. ¿Por qué la mayoría de madres siguen siendo las que están atentas a cada detalle, gestionando fechas, permisos y meriendas mientras muchos padres ni siquiera saben de qué se habla en el chat o, directamente, no figuran en él? 

La respuesta es simple y a la vez compleja: la carga mental no desaparece con la tecnología, solo cambia de formato. Hace años, las madres tenían listas mentales interminables; ahora, esas listas se han trasladado al teléfono y se han convertido en una conversación constante en la que el resto de la familia ni participa ni se entera. La socióloga Susan Walzer —creadora del término “carga mental”— ya lo describió en los años 90: mientras que los padres tienden a implicarse en las tareas visibles de la crianza —llevar al niño al parque, asistir al festival de Navidad—, las madres asumen la parte invisible, que incluye desde recordar citas médicas hasta gestionar conflictos escolares.

La carga mental no desaparece con la tecnología, solo cambia de formato

“¿Alguna vez has tenido la sensación de ser una madre ausente?”, preguntó Jordi Évole a la humorista Henar Álvarez en una entrevista en su programa. “Eso lo sigo pensando aún, pero he perdido la culpa. En Buenismo dije que había perdido la culpa porque había llegado a la conclusión de que era una madre de mierda, pero un padre excelente”, contestó ella. Pero el humor oculta una realidad incómoda: en muchas casas, la responsabilidad de la crianza sigue recayendo sobre las madres, aunque haya un discurso inicial de corresponsabilidad. Y los chats de clase no hacen más que ponerlo en evidencia. 

La ilustradora Emma Clit, en su cómic La carga mental. Sí a la vida en común, no a los lugares comunes (Editorial Lumen), expone con claridad cómo las mujeres terminan gestionando la logística del hogar mientras los hombres esperan ser dirigidos. Más recientemente, la periodista Lucía Lijtmaer ha abordado en Ofendiditos cómo la tecnología y las dinámicas de género influyen en nuestras interacciones diarias, incluyendo el rol de las madres en estos espacios digitales. Incluso en la película Cinco lobitos, de Alauda Ruiz de Azúa, podemos observar cómo la maternidad sigue estando marcada por una sobrecarga emocional y organizativa que rara vez se cuestiona.

Hay un oasis en el desierto, y esos son los chats de crianza que nada tienen que ver con los chats de los coles y escuelas. Preñaditas es uno de ellos: un grupo de WhatsApp nacido hace varios años, con más de trescientas integrantes, al que solo puedes acceder por recomendación de una de las participantes. C. forma parte de él y me cuenta: “Para mí es un grupo de inspiración, de mujeres que respeto y donde encuentro cobijo”. En él caben conversaciones que abordan cuestiones prácticas o materiales, como quién puede darte una bolsa con bodies o pijamas de recién nacido o una mochila de porteo. Sigue C.: “Se ha convertido casi en un Google para mí, desde una perspectiva feminista”.

Al inicio de su embarazo, a C. le ofrecieron entrar, pero al principio le daba pereza: pensaba que iba a ser como tantos grupos en los que solo se iba a hablar de pises, cacas y purés. Entró cuando su hijo contaba con nueve meses de edad e iba a pasar 15 días sola con él, en ausencia de su pareja, que viajaba por trabajo. “Entonces, decidí que era buen momento. Y el grupo me sirvió, para mi sorpresa, de soporte emocional”, apunta. Ya con otro hijo en su haber, sigue implicada en el grupo: “Lo que comenzó como un grupo de apoyo a la maternidad se ha convertido en un espacio de debate, en el que cabe cualquier conversación sobre la actualidad política y social”. 

Existe Preñaditas, y también existe Papichulos, un grupo de WhatsApp de dinámica parecida al anterior, pero formado por hombres interesados en la crianza. Cuenta con menos implicados —alrededor de sesenta—, pero muy activos. F. forma parte Papichulos y su pareja forma parte de Preñaditas, y esto le permite hacer observaciones muy agudas sobre el funcionamiento y las diferencias entre ambos grupos: “A diferencia de Preñaditas, donde se generan discusiones de todo tipo, Papichulos está más enfocado exclusivamente a cosas de crianza. No se habla de muchas otras cosas. No sé si en un grupo de hombres en el que muchos no nos conocemos entre nosotros, puede resultar un poco violento hablar de política. No sé, no sé si es un espacio menos seguro en ese aspecto, porque no hay tanta sonoridad como en el Preñaditas. Imagino que las madres se ven más como hermanas y los hombres nos vemos ahí, menos hermanados. El caso es que Papichulos se ciñe más a asuntos propios de la crianza, quizá porque todavía no tenemos la masa crítica que tiene Preñaditas. Aunque las conversaciones que se generaban al principio tenían un rollo muy pragmático, al llegar más gente se ha animado el grupo y se mantienen conversaciones muy interesantes sobre paternidad y crianza”.

Muchas terminamos agotadas, atrapadas entre la necesidad de estar informadas y el deseo de salir corriendo de esos chats sin mirar atrás

F. tiene, también, una explicación a la diferente implicación de hombres y mujeres en esto de la crianza, más allá de la participación en este tipo de grupos: “Hace poco, en el grupo estaban compartiendo unos vídeos sobre por qué los padres somos menos proclives a gestionar la vida social familiar, y cómo las mujeres tienen una red social más grande. Por ejemplo, cuando hay un divorcio entre un hombre y una mujer, la mujer se encuentra mucho más acompañada porque tiene amigas con las que tiene intimidad y gente con la que hace red. Los hombres —yo en mi caso lo observo bastante—, solemos tener una pareja con la que tenemos intimidad y el resto de la vida social mucho más laxa, para divertirse, para salir, para hacer un plan. Pero no tenemos una relación tan íntima con nuestra red de amigos. Los hombres vivimos como en un limbo un poco extraño, supongo que dedicados a otras cosas más relacionadas con la productividad y no en mantener esas redes tan importantes”. 

Por supuesto, hay padres que participan activamente tanto en los grupos de clase como en los de crianza, pero suelen ser la excepción. He preguntado a mis amigos más cercanos, también a mi pareja, sobre su participación en los grupos. Y esto me han contestado: “He participado rara vez en los grupos; en general, nada”. “Estuve en momentos necesarios; el resto era absurdo”. “Participé en alguna cosa puntual que era más útil, tipo viaje de fin de curso”. “Estoy en el grupo, pero no participo, solo estoy para informarme”. Mi amiga S. salió escaldada de uno de ellos: “He estado y me he quemado mucho porque decía demasiado no diciendo nada, me hacía cómplice de comentarios que no compartía, pero tampoco me quería enfrentar ni salir porque resultaba muy agresivo”. 

Conclusión: aunque se les espera, ellos no suelen estar. Y cuando lo hacen, a veces se les aplaude desproporcionadamente, como si por el simple hecho de estar allí ya hubieran cruzado una línea heroica. En cambio, las madres no recibimos reconocimiento por estar al pie del cañón digital todos los días. De hecho, muchas terminamos agotadas, atrapadas entre la necesidad de estar informadas y el deseo de salir corriendo de esos chats sin mirar atrás. Quizás la clave no sea eliminar estos grupos —aunque a veces dan ganas—, sino redistribuir la carga que implican. Que los padres también asuman su parte en esta logística digital y que la crianza deje de ser un asunto que recae, por inercia, sobre las madres. Mientras tanto, muchas seguimos ahí, respondiendo a mensajes, organizando disfraces y recordando pagos. Es un trabajo duro, pero alguien tiene que hacerlo.

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